Keith Rowe muestra una clara disposición por explorar las preguntas que las artes visuales comienzan a hacerse durante el siglo XX, y llevarlas de contrabando al universo musical: cómo experimentamos la modificación de la noción de espacio en las artes musicales, cuál es el papel de la escucha en la resignificación del evento sonoro y cómo se traslada la exploración tímbrica al mundo entero, comenzando por la vida cotidiana. (…) Keith ignora las fronteras disciplinarias que separan el orden de lo visual y del sonido. Intercambia y trafica con las distintas poéticas, traza un sonido cuyo sentido es dado por la forma de operar lo visual. Para Keith nada cambia, él sigue pintando con la guitarra.