«Una buena sociedad –nos dice Michael Lebowitz– es aquella que permite el pleno desarrollo del potencial humano». Tal sociedad es posible, nos argumenta en este libro breve, lúcido y perspicaz. Que el capitalismo no responde a su definición de buena sociedad resulta evidente incluso tras un somero examen de sus principales características. Lo primero en el capitalismo no es el desarrollo humano, sino los beneficios acumulados de forma privada por una pequeña minoría de la población. Cuando hay un conflicto entre los beneficios y el desarrollo humano, los beneficios de esta minoría tienen prioridad.
Pero si no es el capitalismo, ¿qué? Lebowitz también critica a las sociedades que han proclamado el «socialismo», como la antigua Unión Soviética o China. Aunque sus sistemas no eran capitalistas y eran capaces de lograr parte de lo necesario para el «desarrollo del potencial humano», no eran «sociedades buenas». Una buena sociedad, tal como la define Lebowitz, debe estar marcada por tres características: propiedad social de los medios de producción, producción social controlada por los trabajadores y satisfacción de las necesidades y propósitos comunitarios. Lebowitz muestra cómo estas características interactúan entre sí y se refuerzan mutuamente, y se pregunta cómo pueden desarrollarse hasta el punto en que se produzcan de forma más o menos automática, es decir, que se conviertan tanto en premisas como en resultados.
A su vez, nos ofrece fascinantes reflexiones sobre cuestiones como la naturaleza de la riqueza, la ilegitimidad de los beneficios, las insuficiencias de las empresas controladas por los trabajadores, la división del trabajo y mucho más.