En 1958, la compañía japonesa Riso lanzó un dispositivo de impresión al que llamó Risograph. A caballo entre la impresión mecánica y la digital, el proceso de impresión de este nuevo dispositivo se basaba en técnicas de serigrafía pero permitía imprimir un gran número de copias como si de una fotocopiadora se tratase. En los últimos años cada vez más diseñadores y artistas están redescubriendo esta tecnología olvidada. Con ella los colores se transfieren al papel sin empleo del calor ni sustancias químicas, lo que supone un ahorro de energía y convierte el proceso en más ecológico. Además, el resultado impreso se distingue por su aspecto vibrante y radicalmente contemporáneo gracias a la fuerza del color, una textura genuina y a la perfecta imperfección de sus acabados.