¿Se puede representar el terror? Pero, ¿y si el terror surgiera precisamente de la propia reiteración de la representación, aquella a la que se reduce modernamente la subjetividad? En tal caso, el terror y la subjetividad constituirían las dos caras de un mismo fenómeno que transforma a su vez el arte: de la presencia singular de la cosa que ha de ser recogida en una mirada a la repetición infinita de la mirada que ya no puede captarse más que a sí misma. Pero esa repetición de la mirada, procedente de la transformación de la pintura entre J. L. David y T. Géricault, sólo es posible como elusión de la muerte, esto es, como su elevación a pura trivialidad, tal como acontece en la pintura-fotografía de A. Warhol. Frente al terror y la totalidad de su representación subjetiva, la finitud de la muerte, pensada por Heidegger y dibujada tal vez por Van Gogh, continúa apareciendo como la señal oculta del arte: aquella que lo devuelve a un inalcanzable más allá de la representación.