El (des)orden del arte moderno se evidencia así en unos pocos asuntos nucleares: emergencia y expansión del modo «panóptico» de visión; aparición del movimiento real superando al movimiento congelado o ilusorio; atención a los distintos primitivismos como alternativas al prestigio paralizante del canon occidental; autonomía creciente del objeto real frente al ficticio, con la irrupción, más reciente, de los entes virtuales; apropiación del suelo como territorio horizontal de la creación; y finalmente, reevaluación de la noción benjaminiana del aura, que no se perdió en las sociedades actuales sino que se habría extendido a cada reproducción o a cada gesto creativo.