Nuestra concepción del mundo y de nosotros mismos está en plena transformación. Se hace imperioso producir nuevos sentidos, crear otras cartografías que nos permitan navegar la condición contemporánea. Las verdades eternas de un conocimiento certero y garantizado se han evaporado. No todo es para lamentar: junto con ellas se van esfumando sus mandatos y obligaciones. Tampoco estamos viviendo una fiesta: la incertidumbre produce angustia y la debilitación del lazo social deja inermes a las grandes mayorías. La insignificancia avanza rauda, nuevas vallas reemplazan los viejos muros. Sin embargo la vida pugna por salir; estamos gestando nuevas configuraciones relacionales y tramas de sentido a un tiempo delicadas y potentes. En eso consiste el juego de los vínculos: en hacer existir sin congelar.