En La pisada del ñandú (o cómo transformamos los silencios)hay una tenue continuidad entre voces, pieles y estrellas, pero, sobre todo, de polvo. Del polvo de las huellas del ñandú que les colonizadores convirtieron en la Cruz del Sur; del polvo que han tenido que tragar unos cuerpos al fijar sus sexualidades nómadas en una identidad de género; del polvo que han guardado las fotografías en los archivos personales de cuerpos que exceden la normatividad de esa imposición colonial.