Un nuevo personaje asoma con insistencia en la pintura del siglo XX; es una figura que se sitúa entre los hombres y los objetos, tomando a veces la forma de un maniquí o de una muñeca y otras la de un robot o un autómata. A esta figura está dedicado este libro. Las articulaciones mecánicas, los ojos sin mirada, los bustos sin brazos o las cabezas hieráticas remiten a un mundo no humano. La muñeca, el maniquí o el robot expresan la crisis de identidad del hombre, pero a su vez constituyen una respuesta. Son sus dobles: representan, por una parte, el lado monstruoso, la cara oscura, ajena y perversa del hombre; pero, por otra, señalan la vía de la utopía, clara, limpia y perfecta, en la que éste pretende superarse a sí mismo en el artificio.