La búsqueda de la interioridad como resguardo de la actividad creadora ha sido una característica de parte importante de la pintura mexicana. Desde la pintura de castas y el retrato cortesano del siglo XVIII, pasando por los dos grandes momentos de la definición física y caracterológica del mexicano en el retrato del siglo XIX y en la iconografía posrevolucionaria de la Escuela Mexicana de Pintura, y hasta la fecha, en los discursos de la diferencia y tolerancia, la pintura mexicana está señalada por un afán de caracterización, si no es que de ostentación, de la interioridad. Ostentación que, en la modernidad más próxima, se ha expresado con enorme fuerza y eficacia en obras como la de Frida Kahlo, José Luis Cuevas y Francisco Toledo, y que hoy halla firmes representantes en un Julio Galán, un Nahum B. Zenil o un Arturo Rivera.