El rostro de la industria cultural está cambiando en el mundo. Todos los días millones de personas se saltan las legislaciones sobre copyright, en parte porque se volvieron obsoletas o demasiado leoninas. La tecnología, y con ella una capacidad de reproducción sin precedentes, puso en jaque las barreras con que se protegen las obras, a la par que develó la avidez de las multinacionales del entretenimiento, que vieron amenazados sus beneficios. Pero la cacería de brujas que se ha desatado es sólo una parte del fenómeno. La otra, más subterránea y corrosiva, apunta a redefinir las reglas de la relación entre producción y consumo de bienes culturales.