Hay actos que se consumen en su propia realización: comprar el diario, tomar un café, preguntar una dirección; nada más se desprende de su rutinaria banalidad. Fumar, en cambio, es algo irreductible a la transacción mediante la cual adquirimos una cajetilla o a la gimnasia manual con que encendemos un cigarro. Fumar, nos dice Klein, es una forma de expresión, una postura ante la vida y, cada día más, una consigna política: ante el sanitarismo, esa suerte de ideología new age. Así, el antitabaquismo es la última moral de los gobiernos, la más sofisticada de las censuras, una que antepone el bienestar a cualquier forma vital de la existencia. Pero la vida no vale por cuánto se cuida, sino por cómo se malgasta.