Con estas palabras Osvaldo Baigorria da comienzo a un ejercicio de la memoria que, disparado por las capturas fotográficas de una vieja Pentax y otra aún más vieja Leica, traza el mapa personal de una época a la que una y otra vez sentimos el impulso de regresar, como buscando las razones de por qué no fue lo que pudo haber sido. California, San Francisco, las costas, rutas, desiertos y bosques que durante el estallido del “verano del amor” habían funcionado como geografía imaginaria y límite huidizo hacia donde se orientaba la fuga de los jóvenes desertores del sueño americano, compondrían en la década del setenta el escenario de una silenciosa batalla cultural y civilizatoria. Llegar ahí en esos años era enfrentarse a una promesa que comenzaba a retroceder ante la lenta captura de la revolución psicodélica por el advenimiento del capitalismo cognitivo y sus nacientes utopías digitales.