A fines de los ochenta visité a Helen Escobedo. Me mostró fotos de sus instalaciones de escobas gigantes en algún bosquecillo de los Estados Unidos. Recuerdo cómo me sorprendió la fuerza de su comentario plástico a la milenaria acción femenina de barrer y esa manera particular de ocupar el espacio; percibí la elocuencia de la obra, la importancia de la cantidad, dimensión y escala de las escobas, así como de su material y colores. Me pregunté por qué no se veían en México ese tipo de cosas. Hablamos de la vida nomádica de quien hace obra efímera, de la mundialización de las intervenciones plásticas versus cualquier localismo o nacionalismo. Así, entre una plática y otra nació este texto.