La labor del poeta carnicero es alimentar al animal y darle una muerte digna. El corte viene después, el consumo le sigue y finaliza con la digestión.
Así con la mirada, después convertida en foto. En el matadero de la fotografía hay imágenes dignas de digerir y otras que se pierden en la náusea. Esa polarización es subjetiva; la belleza es selectiva y le pertenece al azar.